Al final todo queda en familia

Cristina Fernández de Kirchner ya está reposando en la Quinta de los Olivos después de la operación a la que se sometió el pasado 8 de octubre a causa de un hematoma en el cerebro. Su salida del hospital fue tan súbita y en medio de tanto misterio como lo fue el anuncio de su dolencia.

Ahora, cuando faltan dos semanas para que se celebren unas elecciones legislativas que podrían ser el varapalo definitivo a los candidatos del cristinismo, hay quien teme que se imponga el voto emocional que pudiera favorecer las aspiraciones de CFK.

A pesar de que su estancia en la Fundación Favaloro se manejó dentro del secretismo y con cortapisas a los medios, lo que no faltó a las puertas del recinto médico fueron los simpatizantes dispuestos a proclamar que el país no iba a ninguna parte sin su líder. O, más bien, sin su lideresa.

Se supone que la mandataria evoluciona favorablemente y que durante 30 días deberá guardar reposo, aislada de la inminente contienda en las urnas, pero atenta a todos los asuntos del Estado. Su vicepresidente, el polémico Amado Boudou, lastrado por las acusaciones de corrupción que pesan sobre él, ocupa formalmente la Presidencia, pero las decisiones administrativas y políticas recaen en el secretario del poder ejecutivo, Carlos Zannini, hombre de confianza de CFK y su desaparecido esposo, el ex presidente Néstor Kirchner, desde los tiempos de sus inicios en la política, cuando el ambicioso matrimonio ya aspiraba a seguir los pasos de Juan Domingo y Eva Perón y Zannini era un maoísta que militaba en la Vanguardia Comunista.

El estrecho círculo de CFK no se completa sin la presencia cada vez más visible de su primogénito, Máximo. Su hijo se ha convertido en el confidente y mano derecha de su madre. Por medio de la Cámpora, una organización juvenil radical que fundó junto a otros adeptos del kirchnerismo, Máximo ha canalizado los intereses del Gobierno y cada vez se perfila más como el delfín de la dinastía familiar.

En medio de las especulaciones en torno a su precaria salud, la reserva que rodea a CFK recuerda la atmósfera de hermetismo que marcó la larga enfermedad de Chávez. De hecho, Cristina, que siempre simpatizó con el desaparecido líder bolivariano, formó parte de los amigos que mantenían el secreto mejor guardado en la última etapa de la vida del gobernante venezolano, frente a los esfuerzos de la prensa independiente por averiguar en qué consistía el mal innombrable.

En el tramo final, la maquinaria chavista se prestó a la pantomima de que podía ser elegido presidente porque le esperaba una larga vida. Sólo quería ganar tiempo para asegurar la sucesión de su elegido, Nicolás Maduro.

Difícilmente, los argentinos sabrán toda la verdad del cuadro clínico de CFK, blindada por un grupo cuyo objetivo inmediato es minimizar en la consulta del día 27 de octubre la caída en picado del modelo cristinista. Aunque se ha dicho que su descanso debe ser absoluto, siempre puede asomarse por sorpresa al balcón y entonar aquello de «No llores por mí, Argentina».